“En
las últimas décadas se ha observado en EEUU un importante aumento en la
prescripción de opioides para el dolor crónico. Este hecho se ha asociado con un mal
uso de los mismos, dando lugar a un aumento de muertes por sobredosis y a un
incremento en el número de pacientes que buscan estos tratamientos cuando no
están indicados.”
Así
empieza este artículo
publicado en el NEJM, en donde su autor afirma que probablemente el
100% de nosotros, como profesionales y como sociedad, estaríamos de acuerdo en
que el tratamiento del dolor crónico se está centrando demasiado en la
prescripción de opioides, siendo que el
papel de esta terapia a largo plazo sigue siendo controvertido,
y se desconoce la mejor estrategia para acabar con la epidemia de su mal uso.
Algunos
grupos de profesionales en EEUU plantean establecer normativas más estrictas
que limiten la disponibilidad de los opioides para así racionalizar su uso.
Esta estrategia, reduciría claramente su prescripción, pero también limitaría
el acceso a los pacientes que se benefician o podrían beneficiarse de estos
fármacos.
“Los médicos disponen de escasas herramientas a su disposición
para ayudar a estos pacientes, salvo únicamente la utilización de medicamentos,
ya que no tienen fácil acceso a las terapias no farmacológicas. Por otra parte,
mientras que en otras enfermedades crónicas los médicos pueden utilizar medidas
objetivas para orientar su gestión, aquí deben confiar solamente en el informe
del paciente (o su familia) sobre los beneficios (como la mejora de la función)
o los daños (tales como la pérdida de control) del tratamiento”.
Sabemos que el manejo del dolor crónico es complejo. El dolor crónico es subjetivo, puede
presentarse sin evidencia de lesión de algún órgano o tejido, por lo que da
lugar a incertidumbres en el diagnóstico, a pesar de que se realicen
evaluaciones completas. Los pacientes con dolor crónico
buscan desesperadamente un alivio inmediato de su sufrimiento. Tienden a tener
expectativas poco realistas sobre los beneficios potenciales de los opioides y
no aprecian riesgo cuando escalan sus propias dosis en un intento desesperado
(e inútil) para obtener alivio del dolor.
La formación del médico prescriptor es el enfoque más acertado
para hacer frente al mal uso de los opioides, lo que además permite que se
individualice la atención sobre las necesidades del paciente después de una
evaluación beneficio-riesgo. Después de todo, es la manera en que se manejan
todas las enfermedades crónicas. La educación puede capacitar a los médicos a
tomar decisiones apropiadas y bien informadas acerca de si se debe iniciar,
continuar, modificar o suspender el tratamiento con opioides para cada
paciente. La
educación tiene la capacidad tanto de reducir la prescripción excesiva como de
asegurar que los pacientes que lo necesitan conservarán su prescripción.
Por
todo ello, la FDA implantó en julio de 2012 una iniciativa nacional de
formación voluntaria “Evaluación de
Riesgos compartidos y Estrategia de Mitigación (REMS)” donde los
fabricantes de opioides mayores financiaban la formación sobre su prescripción
segura. Este plan formativo integra todas las etapas de médico (pregrado,
postgrado y continua), ya que la formación en esta área ha sido históricamente
deficiente.
Esta
formación incluye el manejo integral del dolor de forma multidisciplinar,
implicando además a enfermería, farmacéuticos y el equipo de salud mental.
Además, el contenido del plan formativo se puede acoplar a las
herramientas de soporte de decisiones en la historia clínica electrónica.
Dado
que la crisis de la “mala prescripción” de opioides está alcanzando niveles de
considerarse una prioridad nacional, el autor plantea que quizás no sea
suficiente el abordarlo mediante esta formación voluntaria, sino que quizás
deberían publicar un mandato o norma que obligase a formarse y reciclarse para
poder prescribir opiodes.
El
autor termina realizando una reflexión: “Creo
que la profesión médica es lo suficientemente compasiva y lo suficientemente
brillante como para aprender a prescribir opioides de manera que maximice los
beneficios y minimice los riesgos. Aunque el manejo del dolor crónico es
complicado y requiere mucho tiempo, debemos garantizar a nuestros pacientes el
acceso a la gestión integral del dolor, incluyendo el uso apropiado de
medicamentos opioides”.
Fuente:Hemosleido
Nota: La imagen que acompaña este artículo, es tomada de Internet