En el imaginario de muchas
personas existe la percepción de que el diagnóstico de una enfermedad, la
atención médica o simplemente “ir donde el médico” es un proceso casi mecánico
en el que el paciente “cuenta” a su médico lo que siente o le molesta y este a
su vez luego de examinarlo procede a “extraer” de su archivo mental de
conocimientos, de manera automática o refleja una solución representada
en la prescripción o “receta” de una serie de medicamentos, en la adopción de
un “tratamiento” o en la práctica de un procedimiento quirúrgico u
“operación” y allí, en la mayoría de los casos, concluye el problema.
El
paciente sanará y todos quedarán satisfechos. Esta imagen es alimentada por la
televisión y el cine en donde se ve a héroes médicos realizar diagnósticos automáticos
y espectaculares en pocos segundos muchas veces sin siquiera acercarse al
paciente o se monta una trama patética y carente de todo contacto con la
realidad como vemos cada semana en los episodios del Dr. House.
Esta percepción, la de que
el médico puede solucionarlo todo mediante un acto simple, casi automático,
puede ser considerada como inocente, pero por desgracia, la situación real es
bien distinta y sus implicaciones generan falsas percepciones sobre la calidad
de la salud que se ofrece a la comunidad.
El proceso diagnóstico, y su
consecuencia el proceso terapéutico, son actividades profesionales sustentadas
en un profundo rigor científico producto de la aplicación de la ciencia y la
tecnología al servicio de la salud de las personas. El planteamiento de una
estrategia terapéutica apropiada, requieren de tiempo, de un interrogatorio y
examen clínico metódico y cuidadoso y de un análisis individual de las
condiciones de cada enfermo.
En ocasiones, como en el caso de los pacientes que
han sufrido traumatismos o han sido víctimas de accidentes, el reconocimiento
de los mecanismos que han provocado las lesiones y los efectos que ellas mismas
tienen debido a su localización o magnitud sobre la mecánica funcional de la
vida, pueden representar la diferencia entre la supervivencia o la muerte, la
recuperación completa o la aparición de secuelas que acompañarán y
marcarán el resto de la vida del enfermo.
A primera vista esta
descripción sucinta del proceso médico no tendría nada que ver con quienes administran
la Salud; sin embargo, es el desconocimiento de lo difícil y el tiempo
que requieren el proceso diagnóstico y el análisis de cada caso lo que genera
la imposición al médico de convertir su actividad profesional en una actividad
mecánica de tiempos y movimientos. Sería ridículo pedir que el médico disponga
de horas para ver cada paciente en su consulta, hay diagnósticos que dada su
naturaleza y presentación pueden ser identificados en cosa de minutos,
pero una buena parte de las enfermedades requieren para su diagnóstico y
establecimiento de un plan terapéutico de un tiempo mucho mayor. La
consecuencia de esta falta de diagnóstico oportuno, producto de consultas
rápidas, superficiales y desenfocadas de la realidad del enfermo, desembocan en
el concepto de lo que se conoce como error médico relacionado con el
diagnóstico equivocado o tardío.
En países donde existen
estadísticas confiables y en donde las condiciones de atención son superiores
por mucho a las nuestras, las cifras del porcentaje de errores médicos fatales
alcanzan la escalofriante cifra promedio en series de autopsias de 23,5% con un
4% de errores fatales. Los errores derivados de la percepción e interpretación
equivocada de las pruebas diagnosticas emitidos por especialistas son del orden
del 5%, mientras que en otras especialidades las intervenciones o procesos
equivocados erróneos alcanzan entre 10 y 15% de los casos.
Fuente: portafolio.co
Fuente: portafolio.co
Autor: Dr Gustavo
Alberto Álvarez Giraldo
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