Comprar aspirinas hoy es tan
fácil como lo era conseguir arsénico en el siglo XVIII. Se utilizaba en medicamentos de
farmacia y veterinaria, en raticidas, en la fabricación de pinturas, en la
agricultura. Era una sustancia tan accesible que durante un siglo fue la reina
de los envenenamientos. La situación se disparó hasta tal punto que provocó la
aparición de los primeros forenses y peritos judiciales. Un CSI primario en el
que el papel de Gil Grissom lo encarnaba el menorquín Mateu Orfila.
Nació en Mahón en 1787 en una familia de origen campesino. Su padre quería que fuera marino pero, después de un intento frustrado, Mateu decidió optar por la ciencia. Estudió Medicina en Valencia mientras que aprendía química a través de las obras de autores franceses y de los experimentos que él mismo realizaba. Después pasó a Barcelona y a Madrid y finalmente llegó a París. Su prestigio le convirtió en médico de cámara de Luis XVIII, Carlos X y Luis Felipe I, además de presidente de la Academia Nacional de Medicina de Francia.
La
relación que Orfila establecía entre química y medicina le llevó a la
toxicología. Fue Paracelso quien planteó que una misma sustancia puede ser un
alimento, un veneno o un fármaco dependiendo de la dosis en que se administre.
«Sin embargo hasta aquel momento se pensaba que los tóxicos se quedaban en el
tubo digestivo. Mateu Orfila fue el primero en demostrar que pasaban al resto
de órganos y que lo hacían con mayor frecuencia a unos o a otros dependiendo
del tipo de sustancia», asegura la profesora de Toxicología de la UIB, Antònia
Costa.
Paralelamente a su obra teórica –Traité
des poisons–
el menorquín realizó continuas demostraciones prácticas. Fue pionero en la
aplicación de un método científico a la experimentación con animales,
principalmente perros, a los que envenenaba para luego analizar síntomas y
consecuencias.
Por
aquel entonces el escándalo del arsénico comenzó
a llegar a los juzgados. «El alto número de envenenamientos
forzó a que los científicos desarrollaran métodos para analizar estas
sustancias. Y los juicios fueron una ayuda importante para hacer aparecer la
toxicología moderna», afirma Costa. Muchos químicos se convirtieron en
repentinos forenses y en peritos judiciales.
Pese
a que Orfila participó en numerosos juicios el que más expectación levantó fue
el caso Lafarge. A principios de 1840 Charles Lafarge –dueño de la fragua de la
abadía de Glandier– moría tras una corta enfermedad que le había torturado con
vómitos y fuertes dolores de estómago. Su esposa, con la que se había casado hacía
poco en una boda concertada por la familia, fue casi instantáneamente acusada
de envenenamiento por arsénico. Cuando comenzó el juicio, médicos y farmacéuticos
fueron convocados para pronunciarse sobre la culpabilidad. La rotura de uno de
los tubos en los que realizaban las pruebas retrasó el proceso y el abogado
defensor de Madame Lafarge contactó con Mateu Orfila para que se sumara al esclarecimiento
de caso.
Mientras
que el resto de análisis químicos seguían el principio clásico que necesitaba
la obtención de arsénico en estado metálico como prueba judicial, el menorquín
aplicó el nuevo ensayo de Marsh. Un complicado proceso que combinaba con hidrógeno
los alimentos o las partes del cuerpo sospechosas de contener arsénico para
producir arsina: una sustancia más fácil de descomponer y en la que poder demostrar
la presencia o no del arsénico.
«En
aquella época era complicado ser tajante sobre la existencia de arsénico. Normalmente
los análisis químicos se realizaban en casos en los que había ya muchas
sospechas, pero los cuerpos exhumados por ejemplo no se protegían de la contaminación
ambiental. Nada evitaba que se impregnaran del arsénico que también hay en la
tierra, aunque sea en una proporción mínima», explica Antònia Costa. Una
situación que se produjo también en el caso Lafarge donde fueron necesarias
cuatro pruebas –con conclusiones contradictorias entre sí– y la exhumación del
cadáver antes de dar un resultado concluyente.
En
septiembre de 1840 le correspondió a Mateu Orfila la responsabilidad de cerrar
aquel capítulo: su informe final afirmaba haber encontrado arsénico en los
restos del fallecido. Madame Lafarge fue condenada a cadena perpetua, aunque el
gobierno la indultó pocos días antes de su muerte.
Fuente:
elmundo.es
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